Hace unos días iniciamos una aventura nueva, pilotar un proyecto de emprendimiento social que creemos va a mejorar en alto grado la capacidad de luchar contra un  problema de una extensión considerable que afecta a nuestros hijos, hermanos pequeños: el bullying y el abuso sexual.

Las cifras del problema son mastodónticas…solo en términos de bullying estamos hablando de que es un problema que afecta entre el 15% y el 20% de la población infantil escolarizada. Si incluimos el efecto de las nuevas tecnologías estamos hablando de cifras muy  superiores atendiendo a diversas fuentes: desde el 37% de escolares que han sufrido cyberbullyng alguna vez y  hasta el 70% que engloba a los que lo han sufrido, observado o realizado.  No importa cuál sea la  cifra exacta, lo que importa es que estamos ante un problema que afecta no solo a la vida de nuestros estudiantes sino a su rendimiento, estabilidad emocional y a su futuro y que puede determinar patologías psicológicas y relacionales  y  en algún caso incluso muertes y como para otros temas…un caso es demasiado.

A priori, el tamaño y tipo (menores) de usuarios/afectados, le dan dar una posición de relevancia social importante. Sin embargo, la realidad pinta diferente: que alguien me explique por qué un problema de ese tamaño, que afecta a colectivos vulnerables y que nos puede afectar en primera fila (puede ser tu hijo, el mío….) sólo genera relevancia y acciones sistemáticas de respuesta, cuando un caso termina en muerte o hay denuncias.  Echamos de menos un plan y no tanto un conjunto de acciones puntuales.

¿Es un problema que  no tiene solución? ¿Acaso las soluciones actuales protegen a nuestros hijos? ¿Acaso no hay personas/recursos trabajando sobre el problema? ¿Existe implicación desde personas o instituciones?

El problema tiene solución, hay iniciativas en otros países que están funcionando en el trabajo educativo de base para resolver el problema y hay personas, recursos y voluntad para resolverlo. Así que, hemos partido de una serie de hipótesis de trabajo:

  • No estamos detectando el problema a tiempo y no podemos definirlo realmente
  • Las soluciones actuales son de amplio espectro, puntuales y de tipo preventivo
  • Hay una voluntad real de resolver el problema allá donde se produce

Desde este abordaje, estamos en pruebas con nuestra solución y en el proceso de validación hemos topado con algunas sorpresas. En primer lugar, hemos constatado la validez de las dos primeras como una de las causas que impiden un trabajo eficaz sobre el problema, pero la sorpresa nos esperaba en la tercera, porque además de encontrar centros y directores totalmente abiertos a encontrar nuevos enfoques o soluciones al problema, también hemos encontrado otros que se conforman con lo que actualmente están haciendo.

Por la tipología del problema, es realmente difícil, que los que mejor conocen a los alumnos y son nuestra primera línea de defensa, los profesores, puedan hacerse una idea del problema y de si está pasando o no. Bueno esta es lógica, todos habéis ido a la escuela… ¿Cómo alumnos, alguna vez le dijisteis algo a los profesores respecto de otro alumno? ¿Las agresiones o insultos ocurrían delante de los profesores? Por tanto esperar que el profesor pueda detectar acciones de acoso es, como poco esperar demasiado. Para resolverlo, algunos centros han implementado diferentes soluciones: buzones para denuncias anónimas, direcciones de correo para recibir denuncias y otras similares. Nuestros datos muestran que la eficacia de estas “armas” es baja.   Sin embargo sí sirven junto con los protocolos, como base de apoyo para que los gestores (directores, coordinadores) puedan decir que ya se hacen cosas. Que las cifras del problema no paren de aumentar y que nadie pueda decir que se detectó un caso, parecen indicar que la detección no funciona y que las actividades actuales no funcionan como una herramienta clave para la prevención.

Parece difícil de creer que los propios gestores de los centros no sean conscientes de que el problema (según las coordenadas de ocurrencia y nuestras experiencias en la infancia) es una realidad en mayor o menor grado, en todos los centros en algún momento.  Que las nuevas tecnologías lo ponen fuera de su radio de alcance o el proverbial  hasta ahora en mi centro no haya ocurrido nada grave algo no implican que no esté ocurriendo o  vaya a pasar mañana.

Nos negamos a creer que no sea relevante, sabemos que muchos profesores son conscientes de su dificultad no ya para resolver el problema, sino para detectarlo. Y de su impotencia cuando detectan indirectamente que algo no va bien con algún alumno y que padre no haría lo que estuviera en su mano para evitarle eso a su hijo, pero ¿Debemos esperar a que se trate de nuestro hijo?

Todo el mundo se sorprende  cuando uno de los casos acaba en muerte o cuando hay denuncias, pero todos estaban allí mientras ocurría ¿Es un ejercicio de “des ver”, de no mirar para no descubrir un problema que no se cómo afrontar? Bueno esa puede ser la explicación fácil para constatar la pervivencia del problema, pero también es la causa más fácil de eliminar.