Existen en nuestro país centenares de pequeñas, asociaciones, ong y fundaciones, una gran parte de ellas dedicadas a proyectos únicos, o grupos de reducidos o de los que nadie se ocupa por su baja incidencia en las noticias. La mayoría de estas organizaciones, dependen de recursos públicos, financiadores únicos o que cierran sus  presupuestos cada año.

Es indudable su valor social, es indudable también que llegan allá donde no llega la acción de las administraciones públicas o los gobiernos y parece claro que si desaparecen, difícilmente otra organización va a tomar su relevo. Esta gran atomización de la respuesta solidaria es un buen indicador de la preocupación de la sociedad y de las personas por los menos favorecidos o por las situaciones de desigualdad y exclusión y expresa la voluntad de hacer de nuestra sociedad. También es un indicador de la dificultad que arrastra el sector para cooperar y conseguir alianzas útiles entre sí, sea en España o en terreno, en los países.

Hasta en situaciones de emergencia queda patente la dificultad de única respuesta y la descoordinación en ocasiones de las organizaciones de ayuda. Sin entrar en casos concretos, ni minusvalorar la gran labor que hacen todas las organizaciones grandes y pequeñas, a las personas que vienen del sector privado les sorprende a menudo el hecho de que aún mostrando fines comunes o complementarios, el número alianzas entre ong en busca de sinergias, sea tan bajo.

La sensación que tienen, nos comentan, es de superposición en la respuesta o falta de eficiencia en el uso de los recursos, pero lo que no aciertan a explicarse es el porqué. Este hecho no sólo afecta a organizaciones pequeñas, sino también ocurre con las organizaciones grandes, que suelen actuar con contrapartes, lo que en el sector privado y con la debida distancia, sería asimilable a externalizaciones, pero no mantienen alianzas de complementariedad a su actividad, objetivos o relaciones útiles para la gestión de los aliados.

Si la finalidad general es la misma o complementaria, ¿qué es lo que impide la cooperación?. La respuesta puede ser doble, por un lado está el temor de la pérdida de control general sobre el uso de los fondos que me destinan y en particular de cómo hago las cosas y por otra, los valores que configuran mi identidad como organización. Estos hechos han limitado la mayoría de las alianzas a algunas campañas de sensibilización general, lejos del núcleo duro de la actividad.

Esta gran atomización la ha permitido el contexto económicamente favorable, pero las cosas han cambiado, la actualidad económica y su evolución a medio plazo, que era una espada de Damocles sobre la gran mayoría de ong’s hace un par de años, ahora es una sentencia para los que no puedan adaptarse y buscar nuevas formas de alcanzar los recursos. ¿Es sólo un problema de pequeñas ong? Nuestra experiencia nos dice que esta lucha no es patrimonio de pequeños o de grandes, sino de todos y que las organizaciones de segundo y tercer nivel tienen un papel primordial como impulsores. Trabajamos con grandes ong que empiezan a valorar pequeños objetivos de recursos.  La situación ha cambiado.

¿Hasta qué punto podemos encontrar más aspectos comunes que diferencias, hasta qué punto podemos ceder autonomía y gestión a cambio de ser mejores o más eficientes o sencillamente sobrevivir?¿ Son nuestros valores más importantes que nuestra misión, más importantes que la responsabilidad para con nuestros beneficiarios y donantes?

Los valores configuran nuestra identidad, nos facilitan la toma de decisiones, nos marcan los límites y configuran los parámetros de nuestra acción para poder alcanzar nuestros objetivos. Pero no deben ser el fin en sí mismo de una entidad. ¿Cuál es el límite?, ¿Hasta dónde?

El límite lo marca nuestra misión.  Rara vez el fin justifica los medios, y es notorio que nadie negocia con valores, pero cuando la ideología pasa de ser el camino y la guía para convertirse en el fin y configura una trinchera donde se custodian los valores que permiten parapetarse detrás de la ortodoxia, algo no está funcionando como debiera.

El sector necesita verse a sí mismo y a los demás con nuevos ojos, con los ojos del beneficio común y de la responsabilidad social y sin traicionar (muy diferente de custodiar) los valores, buscar el punto común que permita alcanzar de la mejor manera el fin que mueve a la organización, no solamente el ahorro de costes.

Se cuenta que un amigo de confianza de un capitán de un barco de pasajeros le hizo notar el bajo número de botes salvavidas incorporados a bordo, cantidad que a todas luces era insuficiente para evacuar a todas las personas del barco. El capitán le respondió que la política de la compañía era ahorrar dinero en este punto, más que hacer que el buque fuera seguro en caso de accidente, básicamente porque la compañía armadora del buque, tenía la convicción de que sus barcos eran muy seguros e insumergibles y que difícilmente podrían sufrir daño vital; no obstante, el mismo capitán también opinaba que debía haber botes para todos, pero nadie objetó a la aparente e indiscutible invulnerabilidad de la nave.

 John Smith se hundió con su buque el 15 de abril de 1912 en las frías aguas del Atlántico y 1.517 personas murieron en el naufragio.