Para empezar, unas sencillas operaciones matemáticas: si tomamos una semana standard, tenemos 7 días a 24 horas por día,  total  168 horas, si descontamos 56 horas de sueño quedan 112 horas, de las cuales pasamos un mínimo de 40 en el trabajo más entre 7 y 14 de comidas más entre 7 y 14 de viajes de ida y vuelta, hacen de 54 a 68 horas, lo cual deja aproximadamente a la mitad, el tiempo que compartimos con compañeros en el trabajo y con personas fuera del mismo. A todo esto, hay que tener en cuenta que este tiempo no se distribuye uniformemente entre todos los días sino que el fin de semana se lleva ya, descontando sueño, el 50% del tiempo destinado a otras personas, mientras que durante los cinco días restantes, cada uno de ellos tiene 8 horas de contacto continuo con personas del trabajo. Esta cantidad de  tiempo nos daría oportunidad.

Por otro lado, en los ecosistemas naturales, machos y hembras acaban emparejados, mayormente, tras el triunfo del ritual que ejecuta el macho para persuadir a la hembra de sus capacidades y atributos como perpetuador de la especie.

A escala y salvando distancias (que nadie se sienta ofendido), a nivel social,  por regla general actuamos básicamente proyectando un modelo de nosotros (que no tiene por qué ser nosotros: el mapa no es el territorio) que destaca aquello que queremos destacar y por otro lado, elude aquellos aspectos que no creemos que ayuden a afianzar esa positiva imagen nuestra.  Por tanto en nuestras interacciones sociales, tendemos a proyectar una imagen positiva de nosotros, que se acentúa más, cuanto más importante entendemos que es el escenario donde actuamos. Ya conocemos la importancia per se del trabajo para las personas, quien más quien menos (más si tenemos en cuenta que hay recompensas económicas asociadas), demuestra su competencia, afianza su rol y muestra lo mejor de sí mismo.

 Así pues, en el trabajo, por regla general, veremos los aspectos más interesantes de las personas: lo que podríamos llamar el marketing de contacto, en contraposición a lo que vemos en otros ámbitos como la casa, donde ya parece que no es necesario dar la mejor imagen de nosotros mismos. Si lo comparamos con las situaciones de ambiente que permiten relacionarse: bares, discotecas, cenas y otros eventos, el tiempo de contacto también ha de ganarse y un error de nuestro marketing de contacto supone el fin del contacto y por tanto de las posibilidades de culminar con éxito una relación.  Tendríamos pues que, o por no existir ya ningún misterio o por no existir tiempo suficiente para valorar, no se puede tener la misma visión completa de las personas, que si dan un mínimo de ocho horas de contacto más o menos continuo.

 Es cierto que el rango de posibilidades es menor porque no es un entorno abierto, sólo se dispone de las personas del trabajo, pero a cambio, el conocimiento positivo es mayor, lo que nos daría medio.

Finalmente, una parte importante en cualquier relación afectiva, sea del tipo que sea, son las emociones y vivencias comunes compartidas. En los trabajos compartimos alegrías, tristezas, desengaños frustraciones, risas y lágrimas, compartimos nuestros éxitos (poco) y nuestros fracasos (siempre que es posible), compartimos bromas que nadie más entiende y hasta un lenguaje común, que nos une dentro del grupo o departamento. La comunión llega  hasta tal punto, que muchas veces tenemos la sensación de que nadie nos entiende como lo hacen los compañeros de trabajo.

Compartimos proyectos, tensión, ilusión, desengaños, creatividad, ayudamos y nos ayudan. Qué clase de entorno puede competir en intensidad con el que nos puede facilitar el trabajo? Este nivel de intimidad que podemos compartir nos da el motivo.

Tenemos medio, motivo y oportunidad, lo que en novela policiaca, nos llevaría directamente a la autoría del crimen.

Asumiendo el riesgo de la generalización y aceptando las honrosas excepciones, parece que es inevitable que en un entorno laboral puedan ocurrir situaciones que van más allá del trabajo en sí mismo y que están más relacionadas con las emociones y relaciones humanas. ¿Quién no ha hecho grandes amigos en el trabajo?, ¿Amistades que han trascendido del ámbito profesional  y que se han mantenido a lo largo del tiempo? Y por otro lado, ¿quién no ha hecho amigos y grupos de amistad, que tras dejar el trabajo han desaparecido para ser sustituidos por otros del trabajo siguiente?  Es difícil decir si es malo en sí mismo, lo que sí sabemos todos los que hemos tenido que gestionar situaciones similares,
es que este tipo de relaciones extra laborales, terminan influyendo en lo laboral.

Preventivamente y en teoría es posible establecer una normativa interna firme que determine las consecuencias de las relaciones entre compañeros y si tenemos conocimiento, aplicarla del modo más aséptico posible. Pero la realidad es algo más compleja.

La historia de las religiones, ya demuestra por regla general, la ineficacia de amenazar con consecuencias futuras, como único medio de evitar un pecado presente.

¿Qué propondríais como mejor modo de gestionar el tema?